La amabilidad es
la capacidad que tiene la
persona de amar y ser amado.
Amable es la persona que por su
actitud afable es digna de ser
amada.
Toda persona es
fruto de dos amores, del amor de
Dios y del amor de sus padres.
El amor de Dios
está asegurado, el nos amó
primero antes de que
existiéramos, desde toda la
eternidad. El otro amor, el de
nuestros padres, entorno,
amigos, escuela, etc., no está
necesariamente asegurado. Cuanto
más intenso sea, más maduro será
el fruto que genere.
Esto no es
lineal, todos conocemos gente
que tuvo experiencias negativas
en su infancia o adolescencia y
a pesar de ello son personas con
una gran capacidad de amar y de
ser amados.
El fundamento
de la amabilidad está en que
cada persona es un hijo amado de
Dios y vale por eso: por ser
hijo de Dios, no por lo que
hace, por su eficacia, por su
apariencia, por su dinero o
condición social sino porque es
un hijo amado de Dios.
La Madre Teresa
de Calcuta decía que “en cada
persona está Cristo en sus
diferentes angustiosos
disfraces”. Y desde ese disfraz
es Cristo quien nos dice: Tengo
sed de ser amado, de amabilidad.
La Madre Teresa
les hablaba siempre a sus
hermanas de los cinco deditos, y
mostrándoles la mano les decía:
“A mi me lo hicisteis”.
La educación en
la amabilidad comprende un
aspecto implícito y otro
explicito.
Educamos
implícitamente con el
ejemplo, no por lo que digo,
sino por lo que hago. La
amabilidad tiene poco de
palabras y mucho de gestos.
El niño aprende con la mirada:
por lo que ve y por como es
visto; aprende con el oído por
lo que oye y como lo oye.
Por eso en la
familia en que se grita, se
ironiza, se maltrata, crecen
niños irónicos, gritones, que
maltratan, etc. En la familia
que no se dan las gracias,
expide perdón, por favor, buen
día etc., difícilmente el niño
aprenda a hacerlo.
Educamos
explícitamente cuando
enseñamos con la palabra,
señalándole a nuestro hijo que
pida por favor, que diga buen
día, que no se refiera con
sobrenombres hirientes a otra
persona etc...
Visualizando
nuestra familia, recorriéndola
con el pensamiento podemos medir
como se vive esta virtud en el
día a día.
Enseñar a ser
amables es también enseñar a
descubrir al otro, a ponerse
en su lugar. Esto implica
dejarse de mirar el ombliglo,
salir de nuestro egocentrismo y
ver al otro, ver que siente, que
necesita.
Es enseñar a
aceptar al otro como es, no
descalificándolo ni permitiendo
que otros lo descalifiquen por
su modo de ser, de hablar, de
vestir, etc.
Hay un
maltrato cultural en el país
y en el mundo. En la TV, en las
novelas, en los dibujitos que
ven los chicos, la burla, la
broma pesada, la descalificación
del otro es el alimento diario
de muchos televidentes.
Ese maltrato
cultural va corriendo la línea y
aceptamos como normal en
nuestras familias, y en nuestras
escuelas comentarios, miradas,
actitudes que están muy lejos de
ser amables.
Hay un cáncer que
está corroyendo al mundo y es la
falta de amor, de un amor del
que se habla mucho pero que se
vive poco, y se vive poco por
que el hombre se ha alejado del
Amor, se ha alejado de Dios y
cuando se aleja de Él se termina
alejando del hombre.
Volvamos a correr
la línea. Que el que llegue a
nuestros hogares, a nuestros
hijos, a nuestro corazón se
sienta amado por que somos
amables con él. Que esas
personas descubran la grandeza
de nuestro hogar, de nuestra
escuela, de nuestros hijos, por
que somos personas y lugares que
saben dar amor.
Para que la
lectura de esta nota no quede en
nada, propongo al lector, que
papel y lápiz en mano, procure
redactar con su mujer y sus
hijos el decálogo de la
amabilidad para vivir en
este año.
Algunos actos concretos
que manifiestan amabilidad:
-
Tratar al
otro con respeto, hablarle
de buena manera, en un tono
normal, no gritarle, ni
insultarlo, no llamarlo con
sobrenombres que lo hieran.
-
Tener actos
de cortesía y respeto:
saludar siempre, pedir por
favor, dar gracias, pedir
disculpas si nos hemos
equivocado o extralimitado.
-
Saber dar:
ser generosos con las cosas
materiales y con nuestro
tiempo.
-
Saber
Compartir.
-
Aceptar y
respetar a los otros,
queriéndolos cómo son;
Aceptando lo que les gusta
(aunque sea diferente de lo
que me gusta a mí). No
permitamos que se
descalifique al otro por ser
gordo, porque les cueste más
aprender, porque no sepa
jugar al fútbol, porque….
Somos los adultos los que
debemos hacer respetar estas
normas. Somos los custodios.
-
Empatía:
saber ponernos en el lugar
del otro. Pensar qué
necesita, qué le pasa, qué
sentirá. Es bueno hacer el
ejercicio de pensar “Cómo me
sentiría yo si me pasara
eso”.
-
Saber
adelantarse a las
necesidades del otro.
-
Estar
disponibles para colaborar.
-
Reconocer al
otro y considerarlo
importante.
-
Es mirar a
los ojos cuando nos están
hablando, escuchar sabiendo
interrumpir lo que estamos
haciendo, mostrar siempre
una cara agradable (Los gestos son tan elocuentes!!)
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